martes, 5 de octubre de 2010

CERDOS Y CRUELES





CERDOS Y CRUELES 

El mar encrespado es un hándicap para bucear, y si todavía no estás en buena forma física puede convertirse en un abismo insalvable. A veces detesto ver programas como Natura o cualquier canal que retransmitan vídeos sobre fondos marinos, porque añoro contemplar doradas, rayas, o algún depredador saliendo de su cueva en su propio hábitat natural. No hay nada como disfrutar en directo echando fotos y paladeando la hermosura de las cumbres sumergidas, aún sin estrenar mi fusil ensartando un pez o un pulpo distraído mientras huye dejando un reguero negro de tinta cegando mis ojos.

Es la lucha en territorio hostil, y la supervivencia en un medio -el agua- que no es el nuestro, y por eso no comprendo muy bien por qué quieren adocenarnos como borregos y suspender las corridas de toros. Se abre el debate anti taurino precisamente cuando está en alza la bandera española con el triunfo de la roja, y mañana en Cataluña el independentismo catalán decidirá el “no” a una cultura tan arraigada desde nuestros ancestros. Porque calibro que aquí no estamos hablando del sufrimiento de un toro bravo -descendiente del uro- cuando es el único animal que muere decentemente sin pasar por el matadero.

Hay más torturas de animales en los circos, en el transporte de ganado bovino desde Gran Bretaña a Bélgica y Holanda porque llegan asfixiados; en los países asiáticos cuando despellejan vivos en agua escalfada a perros y gatos porque constituyen su alimento; más crueldad en el transporte de vacas y toros de un país europeo a otro porque llegan con las patas rotas, o incluso en los zoológicos cuando se priva a seres vivos de su libertad.

Y no digamos del negocio de los abrigos de piel, o de la pesca utilizando explosivos, y de la sangrienta cacería del atún que tanto se degusta en los restaurantes.

De ahí que no entienda un ápice a qué viene tanta hipocresía y rasgarse las vestiduras cuando el toro tiene la oportunidad de demostrar su fuerza en una plaza y ser indultado en ocasiones sin pasar por la tortura del matadero, y cuando el torero sufre y también muere por voluntad propia cuando es cogido por la dura cornamenta de su rival.

Y es que ser anti taurino está de moda al igual que pertenecer a Greenpeace, pero cuando saboreamos un rabo de toro disfrutando de su carne, es más reconfortante que comer cochinillo asado a sabiendas de cómo mueren los cerdos. Desangrados y berreando hasta morir, para luego ver sus cabezas cortadas en restauraciones de lujo. Pero claro, eso no lo tienen en cuenta los pusilánimes y cerebros privilegiados de algunos tiquismiquis a quiénes no les importan tener aves en cautiverio, o irse de cacería con galgos que luego sacrifican.


ROSA MARÍA VERA

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