miércoles, 7 de marzo de 2012

BÁRBARA




BÁRBARA


Bárbara habla siete idiomas pero desconoce el castellano o finge que no entiende las indicaciones de los médicos. El hospital tiene una sala de enfermos difíciles cuya estancia está pagada por sus familiares. Son pacientes cuya enfermedad no es terminal pero sí muy molesta al provocarles una incapacidad permanente.

Bárbara come muy poco y gesticula con las manos mientras grita la mayor parte del tiempo. “Come tú” parece indicarle a su sobrina mientras aparta el plato. Ella le habla despacio y le acerca el tenedor a la boca haciéndole cabriolas en el aire para distraer su atención y cumplir mi cometido, pero se empecina en su negativa y la cierra tozudamente. Sólo consiente tragar lo necesario al ver nuestras caras de desaliento. Una batalla que no daba por perdida si quería que la vida siguiera fluyendo en su cuerpo grande y arrugado, plegado como un libro sobre el sofá de la habitación.

Bárbara sobrevive en un hábitat que ya le es familiar por la imposibilidad de salir a la calle. Su lejanía de la sociedad esta arropada por guardianes solícitos en la cura de enfermos, espectros olvidados en la soledad que impregna la habitación cuando cierran la puerta. Los chillidos de Bárbara quieren romper esa barrera, traspasar el umbral del sanatorio y correr por pasillos libres hacia el mundo de los sanos.

O quizás perderse entre transeúntes para coger su último viaje.

Chisporrotea como un volcán sobre una cumbre nebulosa cuando vocifera con vocablos que solo ella entiende. Bárbara es una mujer adinerada, pero la fortuna también quiso aislarla de aventuras pretéritas y un pasado de esplendor donde el poder del dinero quedó marchito en un álbum de postales añejas.

El hospital conforma un mundo apartado y diferente donde el enfermo agota todas las posibilidades de curarse; y cuando llega la salud, despide al paciente y lo entrega a su familia y al trabajo. Pero si persiste la enfermedad, la naturaleza humana combate con esfuerzo el revés que le tiene postrado en una cama. Solo el tiempo dirime la lucha a favor de un sentido u otro, y si la curación no llega, el enfermo cansado y derrotado solo puede entregarse al curso de los acontecimientos.

El Testamento vital, la eutanasia, recursos polémicos ante situaciones insostenibles que siguen sin resolverse porque dudamos si resulta vejatorio vivir como un vegetal o someterse a la ley divina del fin último: la muerte. Aunque sí comprendemos la necesidad de evaluar la gravedad de una vida infame para una persona que quiere ser libre de su propio mal.

Sería injusto lanzar un salvavidas mortuorio a las primeras de cambio, pero sí dejar un camino de huída al sufrimiento, un escape en el teclado humano: abrir un puente que cruce sobre el dolor hacia la ternura del descanso.

Bárbara, Isabel, Bernarda… atrapadas en un mundo que no les reconoce.


ROSA MARÍA VERA