EL
ÁNGEL CAÍDO
Una holandesa de 17 años que
sufría una depresión ha sido víctima de la Eutanasia. Se ha ido en las redes
sociales, publicando fotos y vídeos por Instagram, dando charlas sobre su
angustia y calvario, manifestando su agonía por dejar este mundo, y con la
plena satisfacción de dar ejemplo a los adolescentes que quieran seguirla. Esto es tan trágico como demoníaco para
quiénes han permitido esta salvajada, y desde aquí, desde mi atalaya rabiosa y
estupefacta, reclamo la Vida. Reclamo vivir a una niña que ha sido un Ángel
caído en manos irresponsables.
Siento
una profunda crispación, un vacío difícil de apaciguar ante una sociedad
plegada a la muerte inútil de quién podía haberse salvado. Noa
se dejó morir porque dejó de comer y beber. Su madre la miraba sin poner los
medios necesarios para darle asistencia médica, o mejor dicho, asistida por
médicos convencidos de que debía morir porque así era su última voluntad. La
contempló durante 10 días, pasiva y quejándose de la falta de ayuda
psicológica, hasta que el último aliento de su hija abandonó este mundo.
Ahora
sólo quedan algunas páginas impresas en los periódicos, y el fervor de un
público que aboga por el aborto y la Eutanasia como algo lógico y plausible,
con la complacencia de familiares que la han despedido desde el salón de su
hogar, como quién despide a un enfermo terminal. Y no es así. Noa estaba convencida de que su lucha había
terminado, y dijo “sigo respirando pero no estoy viva”. Algo irrisorio y
cruel, cuando el cáncer acaba con la vida de niños y adultos sin solución a
esta grave enfermedad.
Pero Noa sólo era una niña
con depresión, una adolescente que no veía la luz al final del túnel porque nadie
se molestó en indicarle el camino. La joven que sufrió abusos sexuales en su
niñez por su primo, y según su corta experiencia vital, ya no podía resistir
más. Sin ánimos para comer y beber,
escribió: “el amor es dejar ir, en este caso”. Y yo digo que No. Que en este caso el amor la habría salvado incluso de
ella misma. Que la devoción de una madre es dejarse la piel por su hija
sana, aunque sea una enferma emocional. Que se pueden administrar alimentos por
vía intravenosa, medicación y toda la actividad médica puesta al alcance de un
país rico y supuestamente desarrollado.
Porque mi indignación ya
pone en duda que Holanda lo sea, pone en duda el servilismo de una civilización
que defiende la Muerte asistida desde el 2002 aunque lleve años ejerciéndola.
Ha sido el primer país europeo en legalizar una ley tan controvertida como
escandalosa. Holanda se ha convertido en
el adalid del suicidio, en la promiscuidad de la Parca con la guadaña segando una
piel tierna y frágil. Y con el
esperpento añadido de una diputada verde, Lisa Westerveld, que conocía la
historia y que fue a despedirse de Noa prometiéndole que continuaría con su
lucha. ¿Pero qué lucha?
No
hay lucha sin resistencia. Y nadie la ayudó a resistir. Es el breve diario de
una vida adosada a las redes sociales y a Internet donde se despidió esta menor,
perdida en sus sueños de ángel.
Esta hermosa adolescente se
ha ido dejándonos el regusto amargo de una terrible injusticia. En el salón de
su casa, rodeada de su familia recibió la muerte como quién recibe una visita
amiga. Y no es así. Lloro por Noa, por
su sensibilidad, y por una enfermedad que era reparable con ayuda y amor, y me
cuesta admitir su derrota. Me cuesta
admitir que necesitó ayuda y “no” comprensión. La comprensión en este caso
es peligrosa y yo sigo sin comprender nada, porque detesto la perdida de una
hermosa joven, bella, y con un mundo por delante que nunca llegó a descubrir.
Adiós
Noa, tu alma pura es un ángel caído que ya vuela hacia el Infinito azul del
Cielo.