JUGUETES
Hay demasiados juguetes en
el mundo sin usar y otros que provocan daños innecesarios. La infancia es un
valor añadido de la vida, una etapa que hay que mimar con luz alejándola de las
sombras y educar con valores como el amor del principito hacia la flor que
vivía en su asteroide. Ser consciente de que aquello que hace feliz a un niño
no tiene que costar caro y puede resolverse como un cuento animado, una
fantasía.
La vigilancia del producto
que sale al mercado vendiendo ilusiones ahora ya es humo, una reminiscencia del
pasado. La crisis, el hambre, y la paupérrima existencia de miles de hogares,
plantea a las empresas del juguete la rentabilidad de un anuncio, de un objeto
de deseo que muy pocos se pueden permitir. Ya no queda bien emitir un vídeo de
Papa Noel junto a un trineo lleno de regalos, ni rodar un spot de juguetes
inasequibles al bolsillo.
Quizás han cambiado los
roles y ahora son los padres los receptores publicitarios de los juguetes.
Aquellos que todavía tienen la capacidad adquisitiva de costearse un Ipad, un
rolex o la última fragancia de un famoso. Y es triste pensar que haya niños
mirando el árbol de Navidad de un escaparate mientras sueñan con regalos
dibujados en su imaginación.
La infancia es nuestra,
nos rodea y sostiene nuestra alegría, y con ella no se juega porque es la principal
necesitada de juguetes ilusionantes.
El cambio climático viene
acompañado de un ‘golpe social’ importante. No sólo se ha destruido la capa de
ozono sino la esperanza, ante la grave percepción de una existencia basada en la pobreza de un país estigmatizado por el paro. Y conseguir que los Reyes
Magos den un vuelco a la realidad económica proviene de la chistera de
la solidaridad.
“Llego tarde, llego tarde”
dijo Alicia en el país de las Maravillas. Pero nunca es tarde, todavía no, y aún
tenemos tiempo de paliar ese objeto de deseo que muchos niños anhelan. Ese
trocito de amor que se reparte con juguetes.
ROSA
MARÍA VERA