lunes, 23 de diciembre de 2013

JUGUETES





JUGUETES


   Hay demasiados juguetes en el mundo sin usar y otros que provocan daños innecesarios. La infancia es un valor añadido de la vida, una etapa que hay que mimar con luz alejándola de las sombras y educar con valores como el amor del principito hacia la flor que vivía en su asteroide. Ser consciente de que aquello que hace feliz a un niño no tiene que costar caro y puede resolverse como un cuento animado, una fantasía.


   La vigilancia del producto que sale al mercado vendiendo ilusiones  ahora ya es humo, una reminiscencia del pasado. La crisis, el hambre, y la paupérrima existencia de miles de hogares, plantea a las empresas del juguete la rentabilidad de un anuncio, de un objeto de deseo que muy pocos se pueden permitir. Ya no queda bien emitir un vídeo de Papa Noel junto a un trineo lleno de regalos, ni rodar un spot de juguetes inasequibles al bolsillo.


   Quizás han cambiado los roles y ahora son los padres los receptores publicitarios de los juguetes. Aquellos que todavía tienen la capacidad adquisitiva de costearse un Ipad, un rolex o la última fragancia de un famoso. Y es triste pensar que haya niños mirando el árbol de Navidad de un escaparate mientras sueñan con regalos dibujados en su imaginación. 


   La infancia es nuestra, nos rodea y sostiene nuestra alegría, y con ella no se juega porque es la principal necesitada de juguetes ilusionantes.


   El cambio climático viene acompañado de un ‘golpe social’ importante. No sólo se ha destruido la capa de ozono sino la esperanza, ante la grave percepción de una existencia basada en la pobreza de un país estigmatizado por el paro. Y conseguir que los Reyes Magos den un vuelco a la realidad económica proviene de la chistera de la solidaridad.


   “Llego tarde, llego tarde” dijo Alicia en el país de las Maravillas. Pero nunca es tarde, todavía no, y aún tenemos tiempo de paliar ese objeto de deseo que muchos niños anhelan. Ese trocito de amor que se reparte con juguetes.


ROSA MARÍA VERA


viernes, 20 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD



 

CUENTO DE NAVIDAD



   Llega la Navidad y qué magnífico cuento sería vivirla desde el sosiego de un estado de bienestar saludable. La tercera edad no es ninguna lacra, no es sinónimo de marginación o soledad si sabemos encontrar los medios adecuados para adaptarnos al entorno. A los más afortunados les llegará la hora de superar la barrera de la madurez y adaptarse a las nuevas tecnologías en beneficio propio. Hay que encontrar soluciones para recuperar la autoestima, fomentar la autonomía personal, y mejorar la calidad de vida de personas con disfunciones físicas, intelectuales y cognitivas.


   El acceso a Internet ofrece no sólo información, sino la posibilidad de comunicarse con usuarios afines en la red, favoreciendo la interacción social, la asertividad, y las relaciones sociales sin tener que superar barreras de inaccesibilidad. Barreras arquitectónicas en la misma vivienda que podemos subsanar con una moderna domótica: electrodomésticos adaptados, camas articuladas y grúas, apertura automática de puertas, sistema de avisos sonoros y visuales, controles por voz, y un largo etcétera de complementos para la integración del usuario en un ambiente confortable.


   La vejez no tiene porqué ser solitaria, la jubilación no comporta aislamiento si contamos con asociaciones y fundaciones donde compartir experiencias y luchar por derechos legítimos. Si pertenecemos a ese lobby de intereses comunes y empatía para conseguir apoyo legal, asesoramiento y orientación sobre recursos económicos, y diseño de actividades de ocio y tiempo libre. 


“La juventud es el tiempo de estudiar la sabiduría, y la vejez de practicarla”, dijo Rousseau

   Vivir, y vivir dignamente es el objetivo prioritario de cualquier edad. Y la Navidad llega con campanas de ilusión, con una ciudad engalanada y unos Reyes Magos que distribuyen regalos. Y qué mejor regalo que ese cuento de Navidad que habla de luz, luz y alegría para disfrutar de esos momentos inolvidables que nos da la experiencia de los años.



ROSA MARÍA VERA