LOS
INOCENTES
Se escucha la voz de los
inocentes, aquellos que murieron y cuyo grito aún persiste en el arcén de la
sociedad. Marta del Castillo sigue
ahí, inaccesible, como una botella arrojada al mar y con un mensaje dentro por
descubrir. No hay tierra que cubra tal ignominia, no hay sendero que obstruya
el camino de la justicia, y no hay
sangre derramada que palpite sin clamar al cielo, tanto en Marta como en Asunta
-la niña asesinada en Galicia- y de tantos inocentes que la prensa ya tiene
olvidados.
Porque ahí está el quid de
la cuestión: las redes sociales, los medios de comunicación y el tesón de la
familia por rescatar del olvido la muerte de una menor. ¿Cuántas desapariciones ocurren en un año? ¿Cuántas muertes sin
resolver de adultos, niños o ancianos siguen emparedadas en la inexistencia de
una comunicación? No hay que ignorar que la Policía cuenta con infinidad de
archivos y llamadas solicitando una investigación, un asomo de esperanza.
El mérito de la búsqueda
de Marta del Castillo es de su familia,
pero también de la televisión, prensa y redes sociales. Y lógicamente de
dinero, porque sin ayuda económica para sufragar tal despliegue de medios
humanos y tecnológicos sería imposible. Y alguien se pregunta: a sabiendas de que Marta está muerta, ¿es
eficaz insistir en encontrar el
cadáver cuando hay tantas muertes
sin resolver?
En este caso sí, porque en
ello va la credibilidad de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado y
de una Justicia que conoce a sus asesinos. ¿Es
Carcaño un individuo difícil de controlar u obtener la verdad? ¿O es que el
tiempo le ha borrado la memoria?
Es inaudito que por una declaración,
una mentira, y en consecuencia un desperdicio de medios, siga el despropósito
de una búsqueda infructuosa. Los
inocentes no tienen culpa de sus verdugos, los familiares tampoco, pero la
Justicia debe frenar este dislate. O se halla una solución, o la pena máxima
debe asumirla el delincuente. Que Marta
descanse en paz ya no sólo es cuestión de tierra.
ROSA
MARÍA VERA