jueves, 10 de octubre de 2013

LOS INOCENTES


LOS INOCENTES



   Se escucha la voz de los inocentes, aquellos que murieron y cuyo grito aún persiste en el arcén de la sociedad. Marta del Castillo sigue ahí, inaccesible, como una botella arrojada al mar y con un mensaje dentro por descubrir. No hay tierra que cubra tal ignominia, no hay sendero que obstruya el camino de la justicia, y no hay sangre derramada que palpite sin clamar al cielo, tanto en Marta como en Asunta -la niña asesinada en Galicia- y de tantos inocentes que la prensa ya tiene olvidados.  


   Porque ahí está el quid de la cuestión: las redes sociales, los medios de comunicación y el tesón de la familia por rescatar del olvido la muerte de una menor. ¿Cuántas desapariciones ocurren en un año? ¿Cuántas muertes sin resolver de adultos, niños o ancianos siguen emparedadas en la inexistencia de una comunicación? No hay que ignorar que la Policía cuenta con infinidad de archivos y llamadas solicitando una investigación, un asomo de esperanza.


   El mérito de la búsqueda de Marta del Castillo es de su familia, pero también de la televisión, prensa y redes sociales. Y lógicamente de dinero, porque sin ayuda económica para sufragar tal despliegue de medios humanos y tecnológicos sería imposible. Y alguien se pregunta: a sabiendas de que Marta está muerta, ¿es eficaz insistir en encontrar el cadáver cuando hay tantas muertes sin resolver?


   En este caso sí, porque en ello va la credibilidad de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado y de una Justicia que conoce a sus asesinos. ¿Es Carcaño un individuo difícil de controlar u obtener la verdad? ¿O es que el tiempo le ha borrado la memoria?


   Es inaudito que por una declaración, una mentira, y en consecuencia un desperdicio de medios, siga el despropósito de una búsqueda infructuosa. Los inocentes no tienen culpa de sus verdugos, los familiares tampoco, pero la Justicia debe frenar este dislate. O se halla una solución, o la pena máxima debe asumirla el delincuente. Que Marta descanse en paz ya no sólo es cuestión de tierra.


ROSA MARÍA VERA