jueves, 9 de octubre de 2014

ÉBOLA


ÉBOLA


   Sólo nos acordamos de África cuando la muerte ronda sobre nuestras cabezas y danzamos como malditos tras el fracaso de un protocolo sanitario. Atrás quedaron los enfrentamientos entre hutus y tutsis, la desaparición de niñas o las guerras sangrientas entre tribus. Liberia es el principal foco de esta terrible enfermedad y España no ha sabido gestionar la repatriación de enfermos. ¿Pero acaso era necesario traer el virus cuando con los recortes apenas si hay dinero para trajes de protección?


   Pero eso sí, había que salvar a Excálibur de ser sacrificado porque el perro era el símbolo del bien venciendo al mal y de un liberalismo bonachón. Esto es la España profunda de una política inepta y de un sistema que repatría epidemias sin saber el alcance del problema. Los daños colaterales se lo achacan a una víctima humana, la auxiliar de enfermería, y si Excálibur se salva del ébola todos contentos porque al menos algo funciona en este país.


   Somos unos perroflautas, unos cantamañas y queremos que el progreso signifique enterrar a nuestros muertos con dignidad en suelo patrio, sin tener en cuenta la extensión del virus. Porque saber con exactitud cómo se produce el contagio, no se sabe, aunque intenten convencernos de que todo está controlado y que respirando el mismo aire, o tocando a un enfermo no es suficiente para contraer la enfermedad.


   Al menos Europa y EE.UU se han dado cuenta de que hay que combatir la raíz del problema en el continente de origen. África es la cuna de la existencia, el granero de la supervivencia mundial, y por ahora este granero está ardiendo y a punto de explotar. Quieren que nos lo tomemos con calma y aceptemos que no existe riesgo de epidemia en España. ¿Y nuestros padres de la Patria no pensaron en los riesgos de recortar una Sanidad de por sí tercermundista?


   Eso sí, si sacrificamos a Excálibur la conciencia nacional estará tranquila de que el perro no habrá muerto en vano. Aunque sigan desapareciendo niñas, se desangre un continente, y nosotros recemos a Santa Bárbara ahora que truena el Ébola. Si no es por el virus, a África que le den, y que el pulmón del mundo se vaya a freírse en su propio caldero.


   Es lo que hay cuando a uno le tocan lo suyo, el perro, y la supervivencia de nuestro trasero expuesto al aire ignominioso de las críticas.



ROSA MARÍA VERA