MARK RYDEN
El CAC de Málaga expone la obra de Mark Ryden con
el nombre “La Cámara de las Maravillas”.
Resulta sorprendente e inquietante la visión de unas
ninfas o adolescentes en la edad púber cuyos rostros reflejan una profunda
tristeza. Ryden, considerado el padre del surrealismo pop, deja en permanente
desconcierto la sensibilidad del espectador cuando la muerte y la descomposición
del cuerpo humano resultan evidentes y palpables: en la carne y el embutido que
se desparrama como vísceras al aire libre ante la perversa mirada del artista.
Si Ryden pretende el impacto visual, lo consigue; pero si lo que quiere es
conmover despertando la ternura y la compasión de quién admira su obra, se
equivoca.
Los rostros de sus niñas, sus cuerpos desnudos ataviados
de extraños simbolismos y mensajes crípticos se asemejan a naturalezas muertas.
Complejos bodegones enmascarados en figuras de cera, caras desprotegidas de emoción,
cuerpos al desamparo de una desnudez que tiñe de oscura la inocencia de sus
protagonistas.
Los árboles tienen vida propia, engullendo el
cuerpo, la ingenuidad y el idealismo, con raíces que son pezuñas ancladas en la
tierra. El oculus, que es el ojo permanente en toda su obra, es otro elemento
perturbador, con la psique del Más Allá, de una frontera confusa y aterradora,
de un mal que predomina sobre el bien, por más que nos presente la figura santa
de un Jesucristo pequeño ante la inmensidad arrolladora de un paisaje
apocalíptico.
El rostro del presidente Lincoln en el interior de
una cueva, entre estalactitas y estalagmitas que aprisionan su integridad
idealista, nos provoca pavor porque distorsiona su mensaje: la igualdad y la
paz entre los seres humanos. El presidente está encerrado en una prisión de
roca, no prevalece como un ángel portando la luz del mundo, en libertad y con
el cielo como elemento visual de bienestar. Al contrario, su cabeza como marco
intelectual está arrancada, atrapada en el submundo; al igual que el Mesías se
ve empequeñecido por un surrealismo inquieto y perverso.
La obra de Ryden no resplandece por su inocencia.
No impacta por su pureza o el relato de los distintos reflejos del alma, sino
que perturba por su recreación de la tristeza, de la muerte, y de la carne
putrefacta que remata el final desgraciado de unas ninfas que se ven abocadas a
la destrucción.
La abeja es otro elemento simbólico de la
naturaleza, de una naturaleza oculta y extraña, como los microorganismos de una
burbuja, o las especies marinas de un fondo que invita a la descomposición del
cuerpo. En Ryden nada es casual, su dodecaedro es un fiel reflejo de sí mismo,
del esoterismo que impregna su vida con los elementos más impresionantes de su
obra: el dios cernunnos de la mitología celta, que representa la fuerza y el
poder asociado también al diablo; el árbol y la abeja, el feto, un amonites, el
ojo que nos ve sin posibilidad de escape; la representación del zodíaco chino,
y un trozo de carne como punto y final del viaje.
Ryden impresiona, pero no engaña. Sus heroínas no
son espíritus libres, son ninfas tristes y atormentadas. Y nos descubre una
cierta vanidad de sí mismo por considerarnos seres menores, ignorantes de lo
sublime, estigmatizados por un mensaje de ultratumba con la sangre mancillada
de sus víctimas.
Pero nuestra redención está en nuestro propio
oculus, el ojo del espectador que reacciona ante una obra impactante y mágica,
pero no por ello menos aterradora e insólita.
ROSA MARÍA VERA