jueves, 14 de febrero de 2013

DRAG QUEEN






DRAG QUEEN

   
Siempre me ha impresionado ver a un hombre transformarse en mujer con aderezos y afeites de una consumada actriz. Una figura humana superpuesta de capas, de piel desnuda embriagada de glamour, sin importarle el tono burlesco o la sátira de su transformismo y así triunfar como Reinona del certamen carnavalesco.

Algunos huyen de la excesiva vestimenta y lucen cuerpo, tangas ajustados y pechos recubiertos de ilusión y silicona. Otros prefieren las pelucas desorbitadas, las crestas de plumas y vestidos de encaje y tul que luego se quitan al ritmo del ardiente baile, del sudor licuándose bajo una malla, de la ilusión fulgurante de una estrella, y de su compromiso con ese "yo" interno que no ocultan sobre el escenario.

Reconozco mi voyerismo ingenuo, esa admiración hacia el Drag Queen que se pone el mundo por montera, sin importarle las risas, los flashes de las cámaras, el murmullo del pueblo que lo acoge en su regazo como una rara avis venida de un mundo ajeno a la vulgaridad. Un mundo que conlleva la sátira, el humor y la amargura de un dramatismo apenas oculto bajo el maquillaje de tupidas pestañas postizas.

El Drag Queen destaca por su espectacular puesta en escena, por una personalidad tan extravagante como desorbitada, carente de convencionalismos e hipocresías sociales, destilando sexualidad intencionada para epatar y confundir a mojigatos y cortos de miras, que huyen de sí mismos, pero que en el fondo veneran a quiénes no tienen nada que perder.

Son las reinas de la noche, las hadas negras del misterio y del embrujo embriagador que las sustenta. Las Drag no se amilanan y abrazan a cualquiera que quieran sentir su calor, hacerse una foto o presumir de bailar con un ser “diferente” y extraño. Se dejan querer, se transforman y viven esa pantomima que todos esperan y aplauden con frenesí, con el estupefaciente del morbo y la ebriedad en las entrañas.

Luego viene el alba con lúgubres sombras y claroscuros de soledad. Desaparece el escenario, baja el telón y sólo queda el hombre en piel ajena y femenina, cuando el traje cae a los pies de la cama y el maquillaje es un borrón empapado en cremas. Ya no existe el Drag Queen, se ha esfumado en la noche, difuminado en casas calladas, silenciosas, donde la luz de la mañana va transformando otra realidad.

Realidad inventada, insegura y frágil hasta que las horas pasan, y el hombre vuelve a retomar su rol más preciado, el alma que habita en otra fantasía.

ROSA MARÍA VERA