LLUVIA DE CINE
No sé qué tienen los gestores del Festival de Málaga que no saben elegir un cartel adecuado. Carecen de imaginación, y espeluzna contemplar el emblema que nos representa con unas letras que parecen sacadas de una regla de caligrafía. No resulta extraño que fallen las películas y que el escritor Juan Marsé manifieste que en España no hay talento. Si algo tan simple como un cartel de cine resulta tan soso y formal, ¿dónde queda la fantasía de un montaje cinematográfico?
La descomunal máquina de escribir expuesta en calle Larios debería dejar su impronta en una esquina del cartel junto –quizás- con un cigarro y su huella de humo en una araña iridiscente sobre el teatro Cervantes. O una máscara derritiéndose agusanada junto a un baúl de trajes de escena. Pero claro, somos tan escrupulosamente perfectos, tan políticamente convencionales, y tan sanos, que con unas letras perfectamente modeladas se dan por pagados los sesudos inspiradores de la muestra.
La lluvia fue la principal estrella de la noche, y daba cierta pereza desplazarse hasta Churriana para la fiesta de inauguración circulando por carreteras en obras y poco halagüeñas para el tráfico rodado. La ciudad no está preparada para la lluvia y la nueva ministra de cultura -elegida por Zapatero- nos ha traído un aguacero de difícil consideración. O se ha contagiado del gafe del presidente, o la baraka todavía no ha llegado a su destino. Y eso de veni, vidi, vinci, no va con ella, porque llegó, y el cielo se convirtió en un enjambre furioso de agua. Y beber solo agua, conversar aguados, y así poder conducir sobrios y enteros de regreso del evento, no era una tentación acorde con el espíritu del festibar.
Había autobuses para los invitados, ¿pero dispuestos solo para dos personas, o para una reunión de ovejas descarriadas y empapadas? No sé cómo será la fiesta de despedida, pero como tengan la imaginación de celebrarla en lo alto de un castillo, y encima truene, brindaremos con una copa de vino refugiados en el Mesón de Mariano. Sin pedir huevos fritos con patatas, claro; porque este manjar nos está vetado allí y sólo es un sueño; hartos ya de delicatessen de complicada definición.
Menos mal que nos queda el regusto alegre de Juan Diego y su monolito de la fama. ¡Todavía hay justicia en el mundo…! Dios, ¡qué actor!
ROSA MARÍA VERA
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