lunes, 11 de enero de 2010

INDIGENTES


A Juan
Réquiem in pace


Una ducha fría es beneficiosa para la mente, despeja las ideas y activa la circulación. El ambiente gélido es más puro y despierta el cerebro para resolver graves problemas -particularmente en verano-, porque ahora es imposible someterse a semejante tortura sana. Ahora la mente anda distraída con gorros de lana, las ideas sólo fluyen a través de la calefacción, y los vasos sanguíneos necesitan una buena friega de agua caliente.

Este frío polar que venimos padeciendo está causando estragos entre los conductores, escolares, trabajadores, ancianos, enfermos y los últimos del escalafón social: los pobres y desamparados del planeta. Los mendigos -ahora indigentes- mueren en la calle porque no hay suficientes casas de acogida, y porque desisten someterse a la disciplina de un horario. Conciben la esperanza de sentirse libres durmiendo bajo cartones, dentro de una tubería o en algún portal, más que en el interior caliente de una vivienda, porque en su mayoría son personas que sufren alguna deficiencia mental.

Vivimos en una sociedad que se avergüenza de sus indigentes mentales, y que los soporta como inevitables zarzas del campo. Cada vez existen menos residencias psiquiátricas, y las que hay no están al alcance de cualquier ciudadano medio. Resulta curioso que cuando paseamos por la calle y vemos a un pobre, miramos hacia otro lado como si el dolor no existiera y la humillación nos fuese ajena. Ignoramos la pobreza porque sólo ansiamos reflejarnos en el espejo de la abundancia. Y es difícil nadar a contracorriente porque la marea arrastra, viciada y voluptuosa.

Así es la supervivencia en la jungla de asfalto, y el éxito la única vara de medir en esta sociedad acomplejada y madrastra. El poder del dinero tiene su principal carta de presentación dentro de un mundo elitista y maldito. Un círculo egocéntrico difícil de eludir cuando el capital ordena, distribuye e invierte la riqueza en más riqueza que sólo unos privilegiados disfrutan.

La gran mayoría sobrevive, y los indigentes -ya nadie mendiga- hasta ignoran que existe esa palabra en el diccionario.


// He aprendido a soñar/ y temblar aterido/ en las noches tan largas/ del invierno frío//. Y en las noches sin luz/ cuando quema el rocío/ una estrella que pasa… / me llama mendigo//.


ROSA MARÍA VERA

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