lunes, 11 de enero de 2010

CUENTO DE NAVIDAD





Ya no hay Belén en los escaparates de las tiendas que no sea reemplazado por un Papa Noel de dudoso gusto. Los árboles del parque están iluminados por bolas y estrellas que en nada recuerdan la festividad del nacimiento de Jesús. Sí hay luces, demasiadas, luces para el consumo urbano que paga el contribuyente, y que asombra y enmudece la estrategia del ahorro familiar.

Ya no existe la pobreza virtual porque no es tiempo de visiones desagradables. Desaparecen los anuncios televisivos de África con niños famélicos y descarriados porque eso duele, y el dolor no es bueno para la paupérrima salud de quien vive con el cinturón apretado y el corsé de la cesta vacía. Sólo los ricos disfrutan, pero los ricos de corazón, porque el dinero se esconde en sociedades y bancos alejados de hacienda y su puño de hierro.

Incluso el espíritu navideño se vuelve metáfora y ya nadie entiende otro significado que no sean las tarjetas de crédito. La Navidad derrama su sentido laico con un revés de adornos que es políticamente correcto para el trotamundos pijo de los vuelos en fin de año y las comidas en restaurantes de lujo. Y mientras sigue la juerga, los pastores se ven en las barriadas con el zurrón dispuesto para llevarse cartones y regalos viejos que nadie quiere.

Hay que minimizar el consumo que invade una ciudad en crisis, y un país que se sustenta inmisericorde del espíritu de la crisis. Todo es reciclable, plásticos, papel, vidrio y latas, menos el paro y el hambre: el desempleo de miles de trabajadores ante el despecho de patronos aprovechados, y el hambre de trabajo de quiénes tienen que vivir con subsidios que el gobierno entrega como limosna de camarada social.

- La quimera del oro que se esfuma cuando sólo queda el pago por los servicios prestados durante la bonanza económica. El sector terciario de una loba que amamanta a sus crías con las fauces abiertas al desaliento. Sólo que ahora es Navidad y las campanas del año nuevo repican flecos de esperanza y fantasía. Atrás quedan los números rojos, y entra el 2010 con el rojo pasión de la inocencia perdida-.

No somos vírgenes ni puros, pero seguimos siendo ingenuos, y confiamos en los Hados y en la puesta en escena de una hermosa clepsidra.


ROSA MARÍA VERA

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