domingo, 31 de mayo de 2009

ÁNGELES Y DEMONIOS



ÁNGELES Y DEMONIOS 
 

Resulta decepcionante ver una película en el cine cuando previamente se ha leído la novela. Dan Brown es un mago para hacer caja, y dejarnos con la hipótesis de que los malos persiguen a la Iglesia católica, y ésta se defiende de sectas y artistas que son topos de la Ciencia por encima de Credos y Religiones.

El gran Bernini, el éxtasis de Santa Teresa, las esculturas que rodean la ciudad del Vaticano, y los artistas conspirando con su propio talento como desaparecidos illuminati -en su atmósfera ficticia de poder- creando mártires para la cristiandad. Porque sería grotesco que de los tabernáculos de la fe no salieran mártires para reforzar dicha fe, y eso lo sabe Dan Brown y cualquier escritor que quiera ensamblar una buena historia aupándose en el podio de la religión.

Ángeles y demonios es un magnífico libro que engancha y deleita hasta el paroxismo con la intriga y el suspense ante la elección del nuevo Papa. La obra se desarrolla alrededor de un acontecimiento histórico poniendo como excusa el robo de la antimateria. Un potente explosivo que destruiría la ciudad del Vaticano si no interviniese la mano milagrosa de un componente del Clero: el Camarlengo. (Culpable y héroe de la Iglesia) El profesor Robert Langdon sólo es un estudioso de segundo orden al que le privan las sectas mientras los malos actúan disfrazándose con el pasado.

Que alguien diga que su autor no es un fanático del binomio ciencia-fe y un defensor a ultranza de Roma y de su Iglesia, se equivoca. La iglesia sale muy bien parada a pesar de las intrigas palaciegas para la elección del nuevo Padre Espiritual; y la figura del Camarlengo es el personaje más interesante de la novela aunque en el film haya quedado relegado a un segundo plano.

No siempre un cine de acción resulta útil para enganchar al espectador, y en Ángeles y demonios es lo que falla, y cuyo director no ha sabido engarzar con realismo ni atemperar el contenido de una fabulosa historia. Resulta fatigoso contemplar tantos tiros y carreras de vehículos cuando se suprimen diálogos interesantes; no es aleccionador el impacto de imágenes cuando no hay un preámbulo que explique con detalle el argumento, y quién no haya leído el Código Da Vinci, y su segunda parte, se queda a dos velas y más oscuro que el asesino de la película.

Sin embargo no hay que negarle a Brown su olfato sociológico, y al director su talento para el éxito de taquilla. El Vaticano vende; su espectacular y enigmática biblioteca con tesoros ocultos por descubrir, también; pero lo más vendible es la elección del hombre que llevará el anillo del pescador, y el Dios que regirá los destinos de una pirámide eclesial y pagana.


ROSA MARÍA VERA

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