jueves, 17 de febrero de 2011

TEMPESTAD




Hace frío, un espeluznante frío que cruje los huesos del espíritu. Una niña de 13 años muere mientras las pesquisas se centran en su entorno más cercano. Arriate es la localidad del suceso y todavía tiembla el cadáver en la sepultura. Han querido que desaparezca su rostro, no han soportado ver su mirada, y han destrozado su cara para que la huella del tiempo borre los perfiles de su asesino. Pero el destino siempre implacable no ha querido que tamaño despropósito ocurra. Tampoco quiere que la ingenuidad de María Esther Jiménez permanezca en el olvido.

¿Porqué desfigurar una cara cuando el ADN identifica con rapidez la identidad de una persona? ¿Qué rabia recorre el cuerpo de un criminal al querer eliminar una expresión de inocencia que le inculpa? ¿Qué dañino interés alberga quién planea un siniestro plan para someter a una muchacha? Todavía se desconocen los verdaderos motivos del crimen, y es una obviedad que los culpables están acorralados.

Hay tantas preguntas sin resolver y tantas cuestiones por dilucidar, que el asesinato de una niña de 13 años tiembla en nuestra conciencia y ensombrece a su pueblo. María Esther era confiada e inocente, -propio de su temprana edad-, y conocía a su asesino cuando éste no pudo ni tan siquiera soportar su mirada. ¿Qué tempestad interior regurgitó de su vientre con ira y furia descontrolada, y qué destructiva muerte aconteció aquel fatídico día cuando quizás no estaba previsto que sucediera?

Ella o él no tuvieron piedad. Era una macabra venganza sin un final premeditado.

Hace frío, demasiado frío. Tiembla el aire y en su temblor la sangre relampaguea, allí donde la tempestad descarga su fuerza sobre la tierra.


ROSA MARÍA VERA

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