jueves, 17 de febrero de 2011

EL VUELO DE LA AVIONETA




Volar en avioneta y sentir las nubes cortándote la respiración es una experiencia inolvidable. Coges los mandos del aparato con el respeto que da un cielo sin aves, y miras hacia abajo queriendo atrapar la suave brisa del mar. La costa malagueña se perfila como un cuadro en la lejanía con trazos impresionistas, y contemplas el balcón de Europa en Mijas, el aeródromo de Vélez Málaga, y las serpenteantes carreteras diminutas como puntos inalcanzables.

Fue mi bautismo de vuelo como copiloto, y el comandante tuvo la gentileza de darme un certificado para que así constara. Un papel que redime mi fobia a volar superado por la voluntad de evadir un miedo inútil.

Porque viajar en una diminuta aeronave es como caminar al filo del abismo, bucear entre rocas con aristas afiladas, o ver depredadores marinos reptando de una cueva. Hierve la sangre ante el peligro, regurgita en energía y enciende las pilas del cerebro. Siempre he mantenido el control ante una situación difícil, y cuando mi vida ha corrido un serio percance mi sangre se ha congelado con una frialdad que ha despejado cualquier duda a resolver por mi mente.

En los duros momentos de tomar una decisión y elegir el camino correcto, la serenidad y el poder mental de solventar un problema es vital para sobrevivir a cualquier accidente. Y sólo con la frialdad necesaria como para saber que tu destino no está en tus manos, pero sí en tu capacidad de reacción, se sale victorioso de cualquier prueba sólo con ejecutar aquello que tú quieres que suceda. Siempre veloz y con firmeza.

Por eso me gusta el riesgo, porque pone a prueba el instinto de supervivencia y la rapidez de pensamiento ante una situación inesperada. Y porque desafías voluntariamente a la muerte en un envite que puedes ganar hoy y perder mañana.

Surcar el aire es tocar el peligro sólo con la punta de los dedos. Hay control desde el aeropuerto y un orden establecido imposible de romper. Por eso conducir un vehículo y perder la dirección en una curva es terriblemente más destructivo y mortal.

Una vez me ocurrió con mi Peugeot recién estrenado. Tenía la certeza de que iba a morir si el destino así lo quería -puesto que iba por una carretera comarcal y venían camiones en sentido contrario- y dejé que la sangre fría corriera por mis venas ralentizando mi corazón. Vi la muerte como una película ajena a mí después de rebotar de un lado a otro del arcén, disminuyendo la velocidad y arrancando el freno de mano hasta que mi coche quedó como una cucaracha atravesada en un barranco.

Por eso volar en avioneta es más fácil si tienes la suerte de cara. Y si es adversa, los amantes del peligro apuestan su apreciada vida al albur... porque los mártires están hechos de otra pasta.



ROSA MARÍA VERA

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