jueves, 17 de febrero de 2011

MUERTE SIN FIN




Hoy han muerto dos mujeres presuntamente asesinadas por sus parejas. Una muerte sin fin ejecutada antes de que el forense viera los cadáveres. El silencio del horror con un final predecible y sin justificar porque no hay ley que venza al maltratador. No hay indicios de lo que va a suceder, ni pruebas palpables de que ocurra, porque el asesino lleva el instinto escondido hasta que el brote psicópata surge como un verdugo.

Hay violencia y miedo, terror ante la violencia y miedo de perder el poder. El hombre enfebrecido de gloria no quiere ser derrotado por las circunstancias, y la realidad desenfocada de su mente le insta a matar sin piedad. No hay benevolencia ni comprensión, sólo ira furibunda, frustración y locura.

Surgen los números y las mujeres engrosan una lista anónima de desgraciadas. Seres invisibles ante una sociedad que ya perdona la cultura de la muerte. Incautas soñadoras, doncellas mártires y esclavas de sus amos, las maltratadas yacen sepultadas bajo tumbas sin nombre.

Sólo sus familias lloran la pérdida sin perdonar al culpable, porque los demás ya han sucumbido al olvido. Unas notas en la prensa, líneas entrecortadas en los telediarios, y la muerte sin fin se ceba con las más débiles. Aquellas que sufrieron la humillación y el desaliento de un pueblo que ya no discute sus sentencias de muerte.

Han matado la inocencia, las ansias de luchar, la fuerza del combate y la nostalgia de sentir. Y ahora cunde el desencanto, la indolencia y la desgana de vivir.

Pero ya no basta la quietud del silencio, la apatía de la soledad y la calma de no hacer. Y ahora la tierra derrama lágrimas por ellas -frágiles espíritus de la noche, libélulas de agua, colibrís inmortales- para no olvidar ni morir, sin gritarle al silencio para que escuche.

Mañana sufrirán otras, marcarán el asfalto con surcos de sangre, y sólo algunas almas cándidas elevarán su voz entre las nubes.


ROSA MARÍA VERA

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