martes, 13 de abril de 2010

TÁNGER (I parte)







TÁNGER (I parte)



Cruzar el estrecho en barco camino de Marruecos para llegar a Tánger, puede ser una odisea cuando casi todos los embarques están cancelados por culpa del temporal de viento, y hay que esperar más de cuatro horas en Algeciras. Íbamos un grupo de 20 amigos con la ilusión de realizar algunas compras, y también con el alma puesta en nuestro país de origen, tal era mi caso. Las pastillas contra el mareo proliferaron, y cada vez que alguien se movía por la cubierta del barco andaba como ebrio: dando tumbos, agarrándose a cualquier mueble, y cayéndose encima de un marroquí acostado sobre un sillón. Anécdota que me pasó pensando en el Titánic por las sacudidas del mar, y por salir al exterior para hacerme fotos.

Las olas salpicaban y rugían como dragones despiertos, y el viento era tan fuerte, que si abríamos los brazos esperando a Leonardo Di Caprio, corríamos el peligro de volar como gaviotas. Cuando llegamos al hotel eran casi las 12 de la noche -hora española- y las 10 -hora marroquí-. Y aunque todos anhelábamos comernos un cuscús moruno y tomar té con yerbabuena, a la una de la madrugada el restaurante más cercano sólo contaba con pescado fresco y kefta picante, así como un Tallin de pez espada -auténtico- que estaba delicioso.

Después vino la discoteca, y para nuestra sorpresa estaba a rebosar de chicas jóvenes muy ligeritas de ropa. Nada de burkas ni de chilabas, sino minifaldas y mucha pechera al descubierto mientras los marroquíes bebían y apenas si les dedicaban alguna fría mirada. Asombro también al pedir una copa, y pagar 6 euros cuando servían una tónica de una botella de plástico de dos litros, y un cubata tan cutre que no sabías si era ginebra o güisqui de tan aguado y sin sabor.

A la mañana siguiente, el grupo se dividió, y con un par de amigos recorrimos la Medina y el zoco, para comprar y deleitarnos con alguna musulmana adulta tapada hasta los ojos, mientras serpenteábamos por estrechas callejuelas y aspirábamos el dulce aroma de las especias. Siempre perseguidos por vendedores al pie de tiendas que mostraban todo un surtido de objetos, y nos seguían como moscardones tras la miel del turista.

Tras horas de marcha y fotos, mareados y perdidos entre puestos de pescado, y gallinas vivas enjauladas, volvimos al hotel ilusionados con una cena espectáculo de músicos y danzarinas exóticas mientras nos servían -por fin- cuscús, y que para nuestra desilusión era de pollo y no de cordero…

Y a la pobre bailarina de la danza del vientre, por más que lucía en su pecho 100 dírhams, nadie le puso un billete en el escote o en su diminuta falda como es costumbre, porque la crisis es muy dura y algunos hasta pensaron entre bromas quitarle su reclamo. Una falta de educación imperdonable para con la hermosa muchacha. Pero es difícil de explicar una tradición árabe, a un grupo disperso e ignorante -en su mayoría- de las costumbres típicas de un pueblo que no aman, y ni tan siquiera añoran.


(Continuará…)


ROSA MARÍA VERA

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