EL
FERIANTE
Desde mi atalaya, con esa
mirada indiscreta, crítica, y lúcida que intento transmitir, quiero romper una
lanza a favor de los feriantes. Aquellas personas que trabajan, luchan y se
esfuerzan por conseguir que la gente se divierta y baile al compás de una feria
ardiente y lujuriosa. Lujuria del arte, del sofocante calor, del flamenco más puro en la peña Juan
Breva, y del tronío de los caballos en el Real.
El duende de los malditos,
de los descarriados y austeros vendedores ambulantes que se ganan la vida como
caracoles, con su hábitat acompañándole en penurias y alegrías. Feria del
descoque y la fanfarria, donde corre el vino cartojal por garantas resecas al
sol y a un compás que sólo los más atrevidos se acogen hasta el amanecer. Feria
de día y noctámbula en cortijos con aire acondicionado mientras en la calle se
fríen los transeúntes como pollos acicalados, y señoritos que pasean sus reales
pies por un Cortijo Torres cada vez más laureado.
Porque el Centro Histórico
se ha convertido en el antro de la juventud sin recursos, de aquellos jóvenes
que beben y beben como peces en un río ahítos de sangre fresca. Sangre del
descontrol, del bamboleo y de vómitos que vienen al atardecer tras la penumbra
de una feria sin nombre. De una fiesta sin trajes de faralaes ni caballeros que
rimen su enjundia con damas de postín, porque las señoras ya no se disfrazan,
sino que se abanican bajo unos toldos que son sudarios de cadáveres exquisitos.
La feria del Centro
sobrevive gracias al feriante, al pueblo que no asume las directrices marcadas
por los barrenderos o los burócratas Vips; y sobrevive porque somos así de independientes
y sufridores los malagueños. Porque queremos vivir el Centro, aunque en el Real
los cortesanos se abaniquen como pavos emplumados.
ROSA
MARÍA VERA
No hay comentarios:
Publicar un comentario