lunes, 15 de agosto de 2011

TAMBORES DE FERIA







TAMBORES DE FERIA

La feria nos enloquece como fieras compartiendo un festín. Es la orgía de fuegos artificiales, ruidos, copas derramadas y baile descocado rompiendo la noche con lujuria. La marea de cuerpos estremecidos fluye de la nada hasta llegar a convertirse en una salve rociera en la noche del Real. Glamour y diversión, El Portón, el Gazpachuelo, la Rotativa, y casetas emblemáticas que luchan por conservar la esencia de la fiesta con fotos que revierten añoranza en nuestra memoria.

El día es otra cosa, espeluznante selva de los sentidos, muerte en la plaza y desmayos al atardecer que tiemblan en un asfalto alfombrado por vómitos y cristales rotos. La suerte del gladiador agotado cuando el sudor corre bajo los toldos saboreando la sangre marchita de su batalla.

Rezuma el calor hasta la saciedad donde el sol fulmina con rayos que secan la tierra animalada y obscena. Repican tambores de feria, de espuma de cartojal, de chicos semidesnudos alzando su botellón en el Centro malagueño que es una inmensa calle ebria de juerga y griterío. Denso el aire, magullados los pies, tibio el espíritu de vino y baile, pero con ánimo de seguir y permanecer hasta que el cuerpo rompa sus amarras de vida.

Es el precipicio del placer antes de convertirse en dolor, el duende de existir y desvanecerse en esta feria densa, luminosa y oscura, traviesa y ardiente en un desfile de trajes invisibles y gente agonizante. En la taberna de la calle siento el extraño deseo de evaporarme.

Mientras escribo con el graznido de gaviotas sobre mi tejado, miro el azul del cielo límpido y agitado, luz del alma aún en lucha y abrazada, entre susurros de la madrugada, donde aquí también yo vivo y amo.


ROSA MARÍA VERA

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