martes, 26 de julio de 2011

DUERME BIEN, MI ÁNGEL



DUERME BIEN, MI ÁNGEL 

Amy Winehouse era una Barbie moderna, una reina del glamour de hojalata y lentejuelas de barro. Era desorbitada, grandiosa y abrumadora en sus estridencias. Quiso vivir para la música, componer, cantar y codearse con los grandes, y logró su meta en el imperio de las estrellas. Pero tenía un hándicap insalvable: ella misma.

Rebelde y moldeable por las drogas, frágil y soberbia por una personalidad voluble y teatral, acabó siendo una muñeca desvalida, un títere distorsionado por el espejo de la fama. No era feliz, y si lo fue en los últimos días de su vida, nunca dejó de ser una adolescente rota por un ambiente imposible.

Ganó premios de prestigio, consiguió ser la peor vestida, la villana del año, lo peor de lo mejor cuando sólo quería tapar su fragilidad de niña indómita y tozuda mujer de la calle. Porque era la calle su lugar favorito de imitación, su estela de versos libres en noches de cristales y sueños perdidos.

La calle que partió su corazón porque no poseía la armonía y el equilibrio de ser otra persona. El peligroso cóctel de su apabullante personalidad explosionó en su cuerpo y se llevó a Amy, la indómita del alcohol, las dietas y el hambre de felicidad que nunca tuvo. Anhelante, rodeada de burbujas, fiel al precipicio.

Duerme bien, mi ángel, dice entre susurros su padre, creyéndola a salvo de la ignominia de sufrir en la cumbre. Una cumbre que no supo descender, porque caía, y caía sin otro consuelo que el disfraz, su disfraz de chica moderna y barbie de hojalata.

Amy descansa, duerme, mientras su otro yo camina bajo la luz de unas velas, de sombras que guardan su poesía en la urdimbre de los sueños.


ROSA MARÍA VERA

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