domingo, 3 de julio de 2011

EL ORGULLO GAY




Tengo una vecina que vive con una compañera de trabajo. En el bloque la señalan como lesbianas y ambas no lo saben. Tampoco celebran el día del orgullo gay porque desconocen el sentido de esa fiesta. Ellas son heterosexuales, pero según parece tienen que demostrarlo. Y ése es el problema: la sospecha de una ambigüedad o de un malditismo donde son protagonistas sin desearlo.

Salen juntas a correr, pasean el perrito, y saludan con educación a quiénes les miran con recelo. Porque según parece, el orgullo gay está al orden del día y si dos personas del mismo sexo viven juntas es señal de que han salido del armario. Una obviedad para mentes estrechas, y un peligro de cotilleo para una especie en vías de extinción: el ciudadano libre que defiende su libertad y que pasa literalmente del “qué dirán” aún a costa de un corrillo de tontos.

Y no sé porqué, pero a estas alturas ser hetero y estar ‘marcado’ por un orgullo homosexual que mete a todo el mundo en el mismo saco, deja una impronta de racismo o de ‘violencia virtual’ contra personas que conviven juntas y son del mismo género. Ya sean hombres o mujeres, da igual. El caso es criticar hasta la saciedad bajo la sombra convulsa de haber cometido un delito siendo inocente.

El delito de la sospecha, de no decir “alto y claro” que se es gay aún sin serlo, porque caray, para eso está el día del “orgullo” y su forma de expresión. Saliendo bajo palio en un desfile procesional de frikis, exhibicionistas, y personas que según parece han superado su condición de homo bajo una parafernalia de progres, sindicatos, y políticos que se retratan para estar en armonía ante un importante sector de la población.

Porque no nos equivoquemos, las urnas están a la vuelta de la esquina y las carrozas adornadas celebrando el día del orgullo gay representan un vivero incondicional de votos. Perfecto y todo en orden, si no fuera porque habría que reivindicar el derecho de dos personas a vivir en compañía, de dos mujeres que no necesitan salir del armario porque nunca estuvieron dentro.

Y mis vecinas tan tranquilas, regando sus macetas, practicando footing y saludando alegres sin saber que ellas forman parte de una parafernalia absurda de pestilente desconsideración contra quiénes sólo desean vivir libres y sin tapujos. Ellas no necesitan celebrar ni airear nada, son respetuosas y modernas, a pesar de una sociedad hipócrita y envidiosa que sigue juzgando -de manera cruel e impune- a quien vive como le da la real gana.


ROSA MARÍA VERA

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