jueves, 21 de abril de 2011

ROSAS NEGRAS




ROSAS NEGRAS

Llueve, y el crucificado de Semana Santa conmueve al pueblo por una lluvia de lágrimas. Está la ciudad conmovida, atormentada, y diluviada por tantos rezos que miran al cielo con temor. No veré los pies de Dios, -llueve-, no admiraré a los hombres de trono que sudan consagrados la Eucaristía de vivir con religiosidad su entrega al Cristo o Virgen de duelo y púrpura.

Cielo grisáceo, trágico y fúnebre, cuando esta mañana las sillas permanecían vacías y amarradas a las señales de tráfico en mi paseo por la tribuna los pobres. La legión rendía su tributo de fe, y la Iglesia de Santo Domingo era un magisterio de peregrinos, autoridades y clamor de luz bajo una ardiente oscuridad. Un torbellino de palmas y puente de espiritualidad antes de que arreciara la tormenta.

Sorbo mi te de las cinco consciente de que lloverá. Escucho el trino de los pajarillos escondidos entre las tejas mientras el sol se oculta tras una previsible borrasca. Hablo por teléfono, y atónita veo truenos y relámpagos mientras un torrente de agua arrecia en esta Semana de Pasión. Las tejas recogen la pena de hoy y la desesperación de mañana.

Llueve, pero la lluvia no es culpable, el clima rinde su tributo a la naturaleza y las oraciones sólo van dirigidas al cielo. Cielo majestuoso aún con borrasca, pajarillos que ya guardan silencio, en un silencio de respeto y conmiseración. Porque mañana sigue y seguirá lloviendo en su afán de romper sueños y plegarias bajo cumbres sin iluminar.

Es el sacrificio, la condena y la crucifixión de los penitentes en una jornada de velas aguadas, donde la ilusión cofrade se marchita a jirones de agua, y donde ya no se oyen las aves porque se perdió su júbilo tras los sollozos.

¡Qué oscuras y tristes yacen las casas, qué veloces corren las nubes y copos de rosas negras bajo una luna voluble!



ROSA MARÍA VERA

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