LOS PECES DEL AIRE
Si hay algo difícil en esta vida es aparcar encima de un árbol. Y así ocurrió esta mañana con mi Peugeot 206 HDI. El festival aéreo reunió a más de 300 mil personas en la playa de la Malagueta, y por mucha experiencia que se tenga en profanar las aceras con un vehículo, al no haber espacio posible, lo interesante era subirse a un árbol. Y así lo hice después de volar con la imaginación y coger un cabreo de órdago.
Pero el espectáculo mereció la pena y los peces del aire no dejaron en paz al mar. El escuadrón Águila, los caza Harrier, las avionetas y helicópteros junto a sus pilotos, conmovieron y han puesto nombre a la ciudad. Las prácticas -días atrás- de los aviones, impidieron mi buceo con su ruido atronador sobrevolando los baños del Carmen. Y hubo quejas. Quejas de vecinos, quejas de hospitales y sus enfermos, y quejas de aquellas personas que no quieren ver, que detrás de una demostración aérea hay trabajo, esfuerzo, y soldados del aire con nombres y apellidos que honran nuestra ciudad.
No es posible complacer a todo el mundo. Quizás lo ideal es que la exhibición se hubiera llevado a cabo en las afueras de Málaga, pero el acceso hubiera sido menor y el público tampoco vería con buenos ojos que se privase a una parte de los ciudadanos de disfrutar y aplaudir a los pilotos del aire. Y también por qué no, ver la bandera de España diluida en humo detrás de las avionetas y terminar con ella paseándola por el cielo. Esto no es fascismo como algunos proclaman, sino sentirse españoles y orgullosos del ejército y sus pilotos.
Confieso que no soy adicta del aire sino del agua; pero hoy he admirado como nunca a quiénes arriesgan su vida para que otros disfruten. Admiro la intrepidez y la valentía; el arrojo y la técnica; y esta mañana se ha visto en el océano del mar, y un sol enmarañado de nubes rotas por aeronaves que eran flechas del espacio.
Y desde encima de mi árbol, sentada sobre la fronda fresca de un roble y con mi cámara acuática resuelta a no descansar, contemplé fascinada el espíritu de los peces del aire. Y desde el fondo del mar y en la lejanía, entre cantos de sirena y marineros dormidos, quizás algún que otro pez se pregunte qué diablos ocurría en la playa.
Qué magia ocurría, si todos los veleros, barcas, lanchas y navíos se lanzaban al mar y embobados pescaban alguna que otra ilusión.
ROSA MARÍA VERA
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