lunes, 24 de febrero de 2014

CARNAVAL




CARNAVAL


   Llueve, barro, agua y carencias. El carnaval es un claro ejemplo de la sabiduría popular donde se trocea la vida, el alma se rompe en jirones y clarea el alba sobre una piel trémula. Las casas se recogen sobre sí, albergan sueños, y las risotadas rasgan el aire en una ciudad que destila pobreza, hastío. 

   Canciones satíricas, humor blanco y mucho disfraz quemándonos la piel para superar el frío ánimo que nos envuelve. Y no es que obviemos la diversión, sino que ansiamos que España salga de este pozo económico envenenado. Una intrincada selva emponzoñada porque no hay luz que alumbre el final del túnel, aunque haya optimistas que confundan una farola con ese resplandor perpetuo del insomne, del que percibe la juerga como una vulgar imitación de la vida.

   El carnaval es una ilusión óptica, un despliegue de la diosa carne subyugada por unos súbditos que le rinden pleitesía. Las voces desenfrenadas, las lenguas viperinas de quién no tiene nada que perder porque ya todo está perdido en las lagunas de la memoria. El desencuentro con el poder, el moribundo que recorre el desierto sin agua y con la sed resquebrajándole las tripas. Y es que no hay razones para bailar al son del circo y sus payasos. No quiebra la risa el aire allá donde el descontrol arroja su carroña a las hienas.

   El dios Baco derrama sus vides y el frenesí de las máscaras esconde lo que la verdad asoma tras unos ojos desposeídos de lágrimas. Hay que vivir, sí, y reír en una fiesta interminable, para después olvidar entre calles desiertas, de casas que se recogen sobre sí, calladas, tras la dulce tregua nocturna donde pervive la ambrosía del ayer.

Y al alba, vuelve otra vez la penumbra, ese anhelo de luz que teje la urdimbre de los sueños.

ROSA MARÍA VERA


lunes, 23 de diciembre de 2013

JUGUETES





JUGUETES


   Hay demasiados juguetes en el mundo sin usar y otros que provocan daños innecesarios. La infancia es un valor añadido de la vida, una etapa que hay que mimar con luz alejándola de las sombras y educar con valores como el amor del principito hacia la flor que vivía en su asteroide. Ser consciente de que aquello que hace feliz a un niño no tiene que costar caro y puede resolverse como un cuento animado, una fantasía.


   La vigilancia del producto que sale al mercado vendiendo ilusiones  ahora ya es humo, una reminiscencia del pasado. La crisis, el hambre, y la paupérrima existencia de miles de hogares, plantea a las empresas del juguete la rentabilidad de un anuncio, de un objeto de deseo que muy pocos se pueden permitir. Ya no queda bien emitir un vídeo de Papa Noel junto a un trineo lleno de regalos, ni rodar un spot de juguetes inasequibles al bolsillo.


   Quizás han cambiado los roles y ahora son los padres los receptores publicitarios de los juguetes. Aquellos que todavía tienen la capacidad adquisitiva de costearse un Ipad, un rolex o la última fragancia de un famoso. Y es triste pensar que haya niños mirando el árbol de Navidad de un escaparate mientras sueñan con regalos dibujados en su imaginación. 


   La infancia es nuestra, nos rodea y sostiene nuestra alegría, y con ella no se juega porque es la principal necesitada de juguetes ilusionantes.


   El cambio climático viene acompañado de un ‘golpe social’ importante. No sólo se ha destruido la capa de ozono sino la esperanza, ante la grave percepción de una existencia basada en la pobreza de un país estigmatizado por el paro. Y conseguir que los Reyes Magos den un vuelco a la realidad económica proviene de la chistera de la solidaridad.


   “Llego tarde, llego tarde” dijo Alicia en el país de las Maravillas. Pero nunca es tarde, todavía no, y aún tenemos tiempo de paliar ese objeto de deseo que muchos niños anhelan. Ese trocito de amor que se reparte con juguetes.


ROSA MARÍA VERA


viernes, 20 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD



 

CUENTO DE NAVIDAD



   Llega la Navidad y qué magnífico cuento sería vivirla desde el sosiego de un estado de bienestar saludable. La tercera edad no es ninguna lacra, no es sinónimo de marginación o soledad si sabemos encontrar los medios adecuados para adaptarnos al entorno. A los más afortunados les llegará la hora de superar la barrera de la madurez y adaptarse a las nuevas tecnologías en beneficio propio. Hay que encontrar soluciones para recuperar la autoestima, fomentar la autonomía personal, y mejorar la calidad de vida de personas con disfunciones físicas, intelectuales y cognitivas.


   El acceso a Internet ofrece no sólo información, sino la posibilidad de comunicarse con usuarios afines en la red, favoreciendo la interacción social, la asertividad, y las relaciones sociales sin tener que superar barreras de inaccesibilidad. Barreras arquitectónicas en la misma vivienda que podemos subsanar con una moderna domótica: electrodomésticos adaptados, camas articuladas y grúas, apertura automática de puertas, sistema de avisos sonoros y visuales, controles por voz, y un largo etcétera de complementos para la integración del usuario en un ambiente confortable.


   La vejez no tiene porqué ser solitaria, la jubilación no comporta aislamiento si contamos con asociaciones y fundaciones donde compartir experiencias y luchar por derechos legítimos. Si pertenecemos a ese lobby de intereses comunes y empatía para conseguir apoyo legal, asesoramiento y orientación sobre recursos económicos, y diseño de actividades de ocio y tiempo libre. 


“La juventud es el tiempo de estudiar la sabiduría, y la vejez de practicarla”, dijo Rousseau

   Vivir, y vivir dignamente es el objetivo prioritario de cualquier edad. Y la Navidad llega con campanas de ilusión, con una ciudad engalanada y unos Reyes Magos que distribuyen regalos. Y qué mejor regalo que ese cuento de Navidad que habla de luz, luz y alegría para disfrutar de esos momentos inolvidables que nos da la experiencia de los años.



ROSA MARÍA VERA

martes, 5 de noviembre de 2013

NAVIDADES TRÁGICAS





NAVIDADES TRÁGICAS

   
La vejez es una tiranía del cuerpo y una tragedia para el espíritu. Es una hidra venenosa que ahoga la alegría de vivir. Y saber cómo afrontarla es un hándicap para aquellas personas dependientes, carentes de autonomía, y con una discapacidad tanto física como emocional. Quizás los parámetros no sean iguales para quiénes traspasan la barrera de la tercera edad, quizás haya privilegiados, porque la salud y el estado de bienestar ayudan a sobrellevar la pesada carga de los años.


¿Pero qué ocurre cuando el anciano está solo? ¿Qué pálpito anida en su corazón cuándo convive en una residencia o permanece hospitalizado por una enfermedad? La familia y los amigos constituyen el eje principal de un estatus soportable con ayuda y compañía, máxime en tiempos navideños; la Navidad con sus villancicos memorables para unos e insoportables para aquellos que sienten la soledad oprimiéndoles el alma.


Al anciano se le arrincona como a un trasto viejo. Nadie quiere ver la decrepitud, lo feo y desagradable a la vista. Nos amparamos en la burbuja de la ignorancia porque vivimos en un país tan snob que sólo se alza el divino tesoro de la juventud: la paidocracia, cuando todos sabemos que nuestra hora está por llegar. Que afortunadamente si vivimos, llegaremos a la senectud y hará falta un Sistema que nos proteja, donde haya una ley de Dependencia eficaz y donde los recortes económicos no afecten a los más pobres y necesitados.


“Un viejo es un enfermo sano” dijo Azorín. Comporta un estado de sabiduría pero también de congoja cuando las fuerzas disminuyen. Por eso las Navidades con sus luces y sus sombras no deberían ser trágicas. La estrella fugaz que guió a los Reyes Magos de Oriente debería iluminar a los políticos que nos gobiernan, a ese lobby del dinero que rige los destinos del planeta. 

Porque una sociedad que arrincona a nuestros mayores es una sociedad enferma. Y hay que evitar el malditismo de un destino que está ahí, a la vuelta de la esquina, aguardándonos.

 

ROSA MARÍA VERA

jueves, 10 de octubre de 2013

LOS INOCENTES


LOS INOCENTES



   Se escucha la voz de los inocentes, aquellos que murieron y cuyo grito aún persiste en el arcén de la sociedad. Marta del Castillo sigue ahí, inaccesible, como una botella arrojada al mar y con un mensaje dentro por descubrir. No hay tierra que cubra tal ignominia, no hay sendero que obstruya el camino de la justicia, y no hay sangre derramada que palpite sin clamar al cielo, tanto en Marta como en Asunta -la niña asesinada en Galicia- y de tantos inocentes que la prensa ya tiene olvidados.  


   Porque ahí está el quid de la cuestión: las redes sociales, los medios de comunicación y el tesón de la familia por rescatar del olvido la muerte de una menor. ¿Cuántas desapariciones ocurren en un año? ¿Cuántas muertes sin resolver de adultos, niños o ancianos siguen emparedadas en la inexistencia de una comunicación? No hay que ignorar que la Policía cuenta con infinidad de archivos y llamadas solicitando una investigación, un asomo de esperanza.


   El mérito de la búsqueda de Marta del Castillo es de su familia, pero también de la televisión, prensa y redes sociales. Y lógicamente de dinero, porque sin ayuda económica para sufragar tal despliegue de medios humanos y tecnológicos sería imposible. Y alguien se pregunta: a sabiendas de que Marta está muerta, ¿es eficaz insistir en encontrar el cadáver cuando hay tantas muertes sin resolver?


   En este caso sí, porque en ello va la credibilidad de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado y de una Justicia que conoce a sus asesinos. ¿Es Carcaño un individuo difícil de controlar u obtener la verdad? ¿O es que el tiempo le ha borrado la memoria?


   Es inaudito que por una declaración, una mentira, y en consecuencia un desperdicio de medios, siga el despropósito de una búsqueda infructuosa. Los inocentes no tienen culpa de sus verdugos, los familiares tampoco, pero la Justicia debe frenar este dislate. O se halla una solución, o la pena máxima debe asumirla el delincuente. Que Marta descanse en paz ya no sólo es cuestión de tierra.


ROSA MARÍA VERA