MALOS
TRATOS
La historia nunca le ha
hecho justicia a la mujer, ni tan siquiera en los comienzos del mundo. La Biblia incluso la culpabiliza por ser la
promotora de la expulsión en el Paraíso. Y puestos a dilucidar el problema
de fondo, cuando Eva le entregó la
manzana a Adán, lo único que hacía era defenderse de unos supuestos malos
tratos. La serpiente ejercía de abogado interviniendo en el asunto, o
quizás era su consejero matrimonial ofreciendo testimonio de su inferioridad
ante la fuerza bruta del hombre.
La
sumisión de Eva quedó muy explícita cuando tuvo que entregarle la manzana a su
pareja ofreciéndole alimento. Si Adán la aceptó de buen
grado es porque no tenía nada que temer y el fruto prohibido era inocuo. Los escribanos de la historia ya se encargaron
de merodear en el árbol de la ciencia para inventarse fórmulas que descargaran
al hombre de su culpabilidad.
La historia de los malos
tratos es un esperpento que emborrona nuestro progreso y nos traslada al pasado
por mucho que miremos al cielo para contemplar el planeta Marte. Si no podemos
resolver una situación peligrosa aquí en la tierra, nos entretenemos mirando
las estrellas para solucionar el problema demográfico y ofrecer nuevas
expectativas al turismo de altura. Los bajos de la tierra se descosen y la
sombra del terrorismo familiar es alargada y ocupa un lugar en el cementerio. Hay innumerables ejemplos
de la caverna ignominiosa que sepulta a la mujer.
El virus de la violencia
doméstica es tan corrosivo que desconocemos si hemos entrado en una nueva era o
en una espiral absurda que nos retrocede al pasado de Atapuerca. Y nos preguntamos quién fue antes, si el
hombre o su realidad histórica.
El mono ya trepaba por la espesura de los
árboles antes de que alguien hiciera un estudio sobre su existencia. Los malos tratos existen sin que haya
necesidad de denunciarlos formalmente ante un juez. Y si se ejerce este
derecho, es porque la podredumbre es tan insostenible que la persona que lo
sufre necesita protección. Y no una pseudo-protección manifiesta cuando
aparecen magistrados que se erigen en psicólogos de moda y ejemplos del nuevo
gore justiciero al defender una vestimenta acorde con la mentalidad del
acusado.
Arcaica y retrógrada,
puesto que consideran que la humillación en privado es insuficiente, y que la
mujer necesita humillarse en la plaza pública de un tribunal, escuchando
argumentos machistas y vejatorios, aún siendo una superviviente. Aquí los asesinos son más listos y lloran
como mujeres lo que no pueden defender como hombres.
Se habla de principios y
educación desde la infancia. ¿Podemos
retrotraernos de nuestra condición animal y atajar este problema dentro de un
marco civilizado y evolutivo? ¿O quedará todo en una pompa de jabón?
ROSA MARÍA VERA
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