lunes, 7 de abril de 2014

HOMBRES DE TRONO






HOMBRES DE TRONO



  Huele a azahar, a madreselva y tomillo, a naturaleza en flor y esplendor en la hierba. La Semana de Pasión presenta su gallardía con unos hombres de trono que son juglares del honor y gladiadores del asfalto. No se rinden al Cielo, ni a los tumultos, ni al gentío que aplaude su paso firme y a veces agotador, cuando la fe mueve montañas y los pies de Dios se manifiestan doloridos pero férreos.


  Es una lucha encarnizada entre la virtud y la demonización de una semana que esclaviza y tienta incluso al no creyente. El cristiano reza, e incluso el agnóstico aplaude la pasión por vivir y la espuma de una ilusión mágica. Las imágenes que se elevan, la orfebrería de unos artesanos que supieron valorar el fervor de un pueblo, y el Espíritu de la paloma que nos acoge con una devoción que unge de alegría nuestros corazones y de gratitud hacia un Dios que baja a la tierra y se hace hombre.


  El fervor de los penitentes sigue la estela de su Virgen y de un Cristo que prevalece sobre el tiempo, las nubes, y una lluvia que amenaza y siempre llega inoportuna, como el aguador que ofrece de beber al sediento cuando éste ya no tiene sed. Es así, sin lucha no existe victoria, pero la Semana Santa no presenta vencedores ni vencidos, sino Pasión y ternura cuando desde la fe y la vocación Málaga se engalana y muestra su grandeza.


  Palmas y olivos en domingo de Ramos, fervor y penitencia tras el Cautivo, y limones cascarudos como licencia refrescante para la sed. El aire se estremece entre plañideras y saetas, y la Virgen que lloró ante los pies de su hijo permanece inmaculada. Una Madonna que sufre mientras Cristo muere para redimirnos como especie a extinguir, pero con el alma inmortal más Allá de cualquier frontera. 

  Llora el pueblo porque el resucitado vive entre nosotros, palpita por el último rincón de nuestra conciencia y desprende azahar entre los árboles. Allá en la lejanía se escucha un redoble de tambores y el Cielo por fin sonríe. Silencio y recogimiento. La Penitencia cumple con el anhelo cristiano y la tierra recoge el testigo de una divinidad que camina eterna.


  Huele a incienso, el aroma de los dioses, y los hombres de trono tributan su plegaria como ángeles incorpóreos, porque ellos representan una pureza que nunca debe morir.



ROSA MARÍA VERA

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