jueves, 20 de septiembre de 2012

EL CLUB



EL CLUB

La crisis retoma unos derroteros tan espeluznantes que es un privilegio no pertenecer al Club. Y no me refiero a una asociación garante del dinero y el ocio al aire libre, a un círculo elitista de piscina y cócteles a la luz de la luna sobre alfombras de hierba; sino al Club de los parados, los pobres y los ilusos. A la peña de los incautos, los sin futuro, y a los que pensaron que con una trayectoria profesional intachable y una cotización más que avanzada, jamás se encontrarían en el arcén de la vida, tirados como colillas de un trabajo que clausuró sus puertas con ERES y cierres de empresas.

Los jóvenes buscan con ahínco introducirse en el mercado laboral, mientras que los mayores de 55 años exhalan el aire de la desesperación. No hay futuro para un colectivo que se ha cuadruplicado con la crisis y que ya alcanza a más de 495.700 desempleados. Nadie quiere contratar a un parado cuya edad ya no le permite hacer esfuerzos físicos y cuya capacidad intelectual se pone en entredicho por una Paidocracia absurda y sin sentido.

Si el gobierno aprueba la edad de jubilación a los 67 años, y se niega a prejubilaciones anticipadas porque no hay dinero, debe buscar soluciones para un grupo cada vez mayoritario de personas que superan los 50 años y que siguen predispuestas por trabajar y mantenerse en activo. O hay una reinserción de este colectivo al mercado laboral, o el subsidio debe ser incuestionable, ayudándoles a vivir y mantener a sus familias.

Caemos en picado y sin tren de aterrizaje. Se ha destruido empleo tanto en el sector público (5,5%) como en el sector privado (6%) y los recortes se están globalizando de tal manera, que sufrimos un atraso y volvemos a los tiempos del puchero y el pan con aceite. Alimentos sanos, sí, pero minimizando el gasto en la cesta de la compra, resintiéndose el consumo y con ello la economía de un país ahíto de ladrones y de políticos ineficaces.

Pertenecer al Club de la desilusión, del ocio forzoso, de la apatía y el desasosiego, y del abismo de no trabajar; es una maldición, un lastre para el Espíritu, y una desesperación que arrasa a 6 millones de parados.

Queremos vivir en un país libre de hambre y de pobreza, esperanzado y redimido de clubes estigmatizados; porque es inútil contar con derechos constitucionales, libertad y tecnologías de cine, si carecemos del bien más preciado: el trabajo. Y de la ilusión y el sosiego emocional allí donde anida la imaginación en la urdimbre de nuestros sueños.



ROSA MARÍA VERA